Primero que nada tome su mano, para cerciorarme de que el estaba allí conmigo. Procedí a besarlo con la más hermosa dulzura, sentí como su cuerpo latía. El viento soplaba cantando notas muy graves como para entenderlas, frío y audaz se escabulle entre mis labios.

Mi mano se agito en el saludo que nos separo hasta nuevo aviso, al girar mi cabeza y caminar de espaldas a el noté que ya no existía, pues claro, si no me daba vuelta para verlo, para mi el ya no existía. Cada calle que dejaba atrás vivía en mi memoria, solo ahí adentro es donde todo se queda como esta, ahí todo permanece intacto, mis preciosos recuerdos.

Pasan frente a mis ojos aturdidos por tanta luz, interminables filas de seres y cosas que dejan de existir cuando no los observo, increíble la capacidad humana de creer.

Si hay algo de lo que estoy segura es que existo, pues si, me veo todo el tiempo, siento dolor cuando me hieren y hasta puedo tocar mi rostro, la calidez de mis mejillas. ¿Pero como puede ser que aunque yo exista los demás no puedan probarlo? Por que estoy y no estoy, por que si bien pueden verme por momentos suelo escabullirme entre sus retinas, dejo de estar ahí afuera, dejo de existir en esa ciudad que se imaginan que es a vivir en los amplios campos de sus memorias.

Allí estoy segura y eterna, muy difícil de olvidar.